(cuatro)


Si tu conciencia fuera un hilo finito, finito, que se tensara enredada en ramitas húmedas, que se desprendiera de tu camisa preferida, y que atara tus muñecas detrás de la espalda, donde alguien conocido realiza algo desconocido para satisfacerte,
¿no querrías sentir esa madera, esa piel, ese retorcido estado?
¿no preferirías eso a pararte a esperar en una cola, a escuchar a cierta gente?


(tres)



Un desierto de bocas. Un desierto de gritonas y abultadas bocas, un mar de bocas agitadas, un mudo silencio perpetrado por esas mismas bocas que disparan todas juntas sin cesar y sin paciencia, y se anulan mutuamente, y me aturden y me apagan, como a un hueso frente al viento del desierto.
Ese silencio había el mediodía pasando a la tarde cuando me senté por primera vez a escribirte.
Me dolía el movimiento, me requemaba abrir los ojos. No supe que hacer salvo apagar la luz y desinflarme lentamente en el asiento, apagar el movimiento y desinflar mis ojos, doblarlos prolijamente, guardarlos del polvo y de la mente, cerrar mis párpados a ambos lados de la cabeza.
Persianas persas. Inmovimiento. Ahí aparecieron las bocas.Tupidas y siniestras. Bocas grabadas sin imagen; no lograba alcanzar mis ojos acorazados esa súbita imaginación. Bocas sin un verdadero sonido, acostumbradas al sigilo cinematográfico.
Había soñado esa noche mucho menos que de costumbre, prácticamente nada, embotado como estaba, pesado y hundido en la cama, pegado y humillado a ella, confundido de tanto dormir sin soñar, somnoliento de tanto abrir los ojos sin terminar de despertarme. Un poco de sudor frío, no mucho, adornaba desparejo mi frente. El abrigo era más que nada peso extra en mis hombros. Me levanté, sin un propósito fijo. Me senté y aquella pesadilla demorada de bocas ampulosas y gritos como estática quiso perseguirme fuera de su disuelto territorio. La barrí con un gesto. La sopesé amodorrado. Medía lo mismo que cualquier otro sueño. Pesaba lo mismo que un ángel.

Había quedado atrapada fuera, afónica de tanto ladrar sin que alguien le abriera, y demasiado rabiosa como para mover la cola y rogar misericordia.
Desde entonces, no logro por más que me prometo soñar con esas bocas, y al levantarme las tengo conmigo. Son mi compañía desde entonces.
No dicen mucho.

(dos)

Abajo mío hay una palabra que nunca oíste,
pero si me borrás encontrarás nada.







(uno)



Hace frío, estoy desnuda en este color.